El apóstol san Pablo utiliza el término “santos” para referirse a los que creen en Cristo Jesús (Cf. Efesios 1,1-2); y es cierto, ya que por el bautismo fuimos sumergidos en la santidad de Dios. A la vez, san Pablo proclama que en Cristo somos un solo cuerpo (Cf. 1 Corintios 12,27), donde Él es la Cabeza y nosotros (la Iglesia) el Cuerpo de Cristo; unidos a Él, la santidad permanece en la Iglesia como los sarmientos a la vid. En el fondo, fuimos creados para la comunión santa de Dios.
La comunión de los santos se entiende como comunión de las cosas santas y como comunión entre las personas santas (Catecismo de la Iglesia Católica 948). Los primeros cristianos experimentaron que en Cristo fueron llamados a participar de su santidad y de aquellas cosas que comunicaban la gracia de la santidad; por eso, se congregaban para escuchar las enseñanzas de los apóstoles, para orar, para celebrar la fracción del pan y para vivir la comunión (Hechos 2,42).
Entre las cosas santas los sacramentos ocupan un lugar privilegiado ya que ellos son signos eficaces de la salvación alcanzada en Cristo, que comunican la gracia divina y, por cuyo medio, nos mantenemos en comunión y en camino de santidad. De ese modo, la comunión de los santos es obrada por la comunión de los sacramentos, ya que ellos nos unen a Dios.
La comunión de los santos es también comunión con las personas santas, pues en el bautismo el Espíritu Santo nos hizo hijos de Dios, hermanos en Cristo y entre nosotros y templos Suyos. De ese modo somos parte de la familia divina. A la par, la comunión en la Iglesia está articulada por los carismas que el Espíritu comunica a cada uno de nosotros, personas santas, de manera que todos formamos la unidad del cuerpo de Cristo. En ese sentido, al poner los carismas al servicio de la Iglesia, la edificamos en cada uno de sus miembros, y así, participamos en la comunión de los santos por las cosas santas que celebramos y testimoniamos.
Esto nos permite decir que la comunión de los santos la vivimos ya desde este mundo y nos une a toda la Iglesia, aunque participemos de estados diferentes. Nosotros somos la Iglesia que en la tierra peregrina a la Casa del Padre y que se alimenta de las cosas santas que Dios nos da por medio de la Iglesia. Quienes ya murieron forman parte de la Iglesia que se purifica y se beneficia de nuestras oraciones, pues -lo dijo Cristo- basta tener fe para esperar la resurrección en el Señor. Los santos que dieron testimonio de Jesucristo en este mundo y tomaron parte en su pascua representan la Iglesia de los glorificados, que interceden en favor nuestro, para que todos, un día, seamos uno solo en Cristo, purificados por su sangre y testigos ante su trono en el cielo.