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El Adviento del Señor en el ciclo A

Adviento

Durante el año litúrgico la Iglesia celebra los misterios del Señor que llevaron a término el plan de salvación que Dios trazó desde antiguo en bien de la humanidad.

De ese modo, el año litúrgico se convierte en el tiempo de Dios que nos lleva a celebrar la fe y a renovar la recepción de la gracia que brota del misterio divino manifestado al mundo por pura generosidad de lo alto. El año litúrgico tiene como centro la pascua del Señor, que viene a ser el corazón del culto divino en la Iglesia Católica.

El año litúrgico celebra un único misterio de redención en tres ciclos anuales (A, B y C). Cada ciclo, sin alterar la unidad del misterio de Cristo, conmemora la obra salvadora y da horizonte al periodo anual y a los tiempos que lo componen (adviento, navidad, cuaresma, pascua y ordinario en sus dos momentos). En cada ciclo resuena la voz de uno de los evangelistas, cuyos textos inspirados revelan la persona de Jesucristo y la experiencia fascinante de creer en él y de ser testigos de su presencia. En el ciclo A será san Mateo quien favorecerá este camino.

El año litúrgico inicia con el tiempo del adviento que, a semejanza del pregonero, anuncia la venida del Señor. El adviento (del latín “adventus” - “venida”, llegada”) nos prepara para “celebrar” y “conmemorar” la venida del Señor. Justamente, en este tiempo espiritual celebramos el anuncio de su segunda venida en gloria al final de los tiempos, y conmemoramos su primera venida en la carne. Desde el primer domingo de adviento hasta el 16 de diciembre la liturgia nos hará tomar consciencia de la segunda venida del Señor; y, del 17 al 24 de diciembre, nos llevará a conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios. Esta celebración y conmemoración del misterio de Dios y de Jesucristo hecho hombre, se realiza por medio de las lecturas bíblicas, las oraciones, los signos y las personas, como lo explicamos ahora.

  1. Lecturas Bíblicas


    La primera lectura, tomada del primer Testamento, y el evangelio, reflejan la unidad de ambos Testamentos y de la historia de la salvación, cuyo centro es Cristo anunciado por los profetas y manifestado en la humanidad al nacer de la Virgen María.

    El texto del profeta Isaías se oirá prácticamente durante todo el adviento, para anunciar la venida del Mesías y hablar de los tiempos mesiánicos. Y su anuncio es especialmente profético (“el vástago del Señor será el esplendor y la gloria… brotará un renuevo del tronco de Jesé… sobre él se posará el espíritu del Señor”); y exhortativo (“subamos al monte del Señor… confíen siempre en el Señor, porque él es la Roca… en el desierto preparen el camino del Señor”).

    Los salmos, especialmente en sus antífonas, anuncian la venida del Señor, proclaman su presencia en medio del pueblo y las obras que hace en favor de los fieles.

    La segunda lectura dominical, de san Pablo y de Santiago, tienen la intención de ayudarnos a tomar consciencia de la venida del Señor.

    Por su parte, el evangelista Mateo que escribió para los judeocristianos, tuvo la intención de consolidar en los creyentes su identidad como discípulos de Jesucristo, en medio del judaísmo de la época que se tornaba agresivo, y ante la necesidad de aclarar cuál era la misión de la comunidad cristiana, a quien Cristo, en cabeza de sus apóstoles, encomendó la tarea de continuar la instauración de su Reino en el mundo.

    Siguiendo a  Mateo, el primer domingo de adviento hace referencia a la segunda venida del Señor y a la necesidad de estar preparados; el segundo y tercer domingo de adviento ponen en el escenario a Juan el bautista que llama a la conversión (2do domingo) y a quien Cristo reconoce como el mensajero, testigo de las obras del Mesías (3ro); el cuarto domingo revela el misterio del Hijo de Dios que nacerá de la joven virgen y esposa, desde la visión creyente de José, descendiente de David, a quien el evangelista da un lugar relevante en su texto sagrado.

    Con todo, el adviento del ciclo A nos llama a despertar del sueño que embota el corazón, a la conversión, a la vigilancia y a vivir la paciencia en la espera de su venida; nos hace tomar conciencia de quién es aquel que viene y qué trae con su llegada; y nos anuncia una nueva relación que supera las leyes de la temporalidad (habitará el lobo con el cordero, el ternero y el león pacerán juntos, etc.).
     
  2. Las oraciones
    Las oraciones contenidas en los libros litúrgicos se convierten en peldaños que nos conducen por el mismo camino a la cima de la navidad. Los tropos de la Misa unen a la aclamación Señor, ten piedad la espera gozosa de su venida, y la bendición solemne al final de la Misa suplica a Dios la disposición del corazón de los fieles y el beneficio que trae la venida del Señor.
    Las oración colecta, sobre las ofrendas y después de la comunión nos centran cada vez en el espíritu del adviento. Los prefacios de adviento, por su parte, convierten en acción de gracias la venida del Señor, anunciada por los profetas y esperada al final de los tiempos, y exaltan a la Virgen María de quien brota la salvación y la paz. En síntesis, la oración litúrgica desarrolla toda una pedagogía para llevarnos bien dispuestos al encuentro con Cristo que vino, que viene cada día y que vendrá.

     
  3. Los signos
    Los signos realizan la acción litúrgica ya que a través de ellos el culto cristiano toma forma y sentido. Durante el adviento se destaca la corona, adornada con cuatro velas que representan los cuatro domingos previos a la navidad y marcan el ascenso gradual al misterio del nacimiento del Señor.

    El color litúrgico de este tiempo -el morado- indica que estamos en un periodo de preparación, como sucede en la cuaresma, pero que en el primer caso es disposición del corazón para acoger al Mesías. La sobriedad en el uso de las flores que decoran el templo resulta ser también preparatorio para llegar a la navidad y adornar la fiesta del nacimiento del Señor. Los cantos procesionales (de entrada, ofertorio y comunión) deben cantar el espíritu del adviento y tienen, en la sagrada Escritura, su punto de inspiración.
     
  4. Las personas
    Las personas -laicos y consagrados- tienen también un papel fundamental en el adviento, ya que, al tiempo que alaban a Dios en la acción litúrgica, son los primeros depositarios de la gracia que emana de la venida del Señor y, para hacer más efectiva esa donación, deben disponer sus corazones para ser odres nuevos, capaces de resistir el vino nuevo de Jesucristo encarnado. Por eso, su participación en el adviento los ha de preparar por medio de la oración, la conversión, la escucha de la Palabra y la vigilancia que libra de la distracción del falso espíritu de la navidad del mundo, ausente del Dios hecho hombre.

    Quienes viven sabiamente el adviento crecen en la oración, en el ejercicio de la caridad, en la celebración de la fe y en la conciencia de la venida del Señor, y esto se nota, se hace visible en medio de la comunidad, hasta convertirse en estímulo para todos aquellos que tienen la misma intención y se animan por el testimonio de los otros.

 

El adviento resulta ser la alegre espera del Señor

Con todo, el adviento resulta ser la alegre espera del Señor, que reclama, a la vez, salir al encuentro del Mesías con obras de justicia, de fe y de caridad, para disponer los corazones y recibir de modo generoso la gracia que dimana del misterio encarnado del Hijo de Dios.

Autor:
Por Wilson Cobaleda, pbro